viernes, 11 de marzo de 2016

Crímenes imperdibles


Hace un par de semanas, cuando aún convivíamos con todo el fervor y la ansiedad que suponen los Oscar, y con toda esa cantidad de especiales y reportajes que ni los más fanáticos soportan, enganché una entrevista muy interesante a Campanella. Hablaba, entre otras cosas, de La gran apuesta y de la genialidad de su director, Adam McKay. “Logró casi una proeza: hacer una película muy interesante, muy vital, muy compleja, muy rica, dramática y apasionante... sobre hipotecas”, comentaba Juanjo.

Y es que si hablamos de Crímenes imperceptibles, las palabras del director del Secreto de sus ojos pueden aplicarse del mismo modo. Porque aquí, Guillermo Martínez también logra hacer de las matemáticas una materia excitante. Parece imposible, pero lo logra. Con la diferencia, sí, de que todos los números, símbolos y fórmulas que tienen lugar en este gran enigma, definen, aparentemente, quienes serán las próximas víctimas.


La trama, a muy grandes rasgos, trata sobre un joven matemático de Argentina que recibe una beca para realizar un postgrado en Oxford. Sin embargo, mucho tiempo no podría destinarle a sus estudios ya que a las pocas semanas de haberse instalado en la ciudad inglesa, se produce el asesinato de Mrs. Eagleton, la simpática anciana que le había dado hospedaje.

Es en esas circunstancias cuando nuestro protagonista conoce a Arthur Seldom, un prestigioso matemático que pronto se convierte en el foco de todas las luces ya que, al parecer, las muertes que se suceden están vinculadas a una especie de desafío intelectual dirigido hacia él. Seldom, además, da cuerpo a los diálogos más extensos e interesantes de la novela, exponiendo toda su sabiduría a partir de infinidad de citas en las que refiere, por ejemplo, a Marx, etcétera; es de esos maestros que parecen saberlo todo, y más aún.

Quizás, en primera instancia, pueda resultar más atractivo el vértigo del género, el qué sucederá, pero el verdadero enigma radica en un complejo entramado que el escritor bahiense sabe construir de forma muy silenciosa y perspicaz. Martínez a través, ya sea, del teorema de incompletitud de Gödel, o de la paradoja de Wittgenstein sobre las reglas finitas, teje una telaraña que nos atrapa en un profundo debate filosófico sobre la verdad.

Porque ni siquiera en las matemáticas, en ese mundo donde todo parece tan frío, seguro y calculable, podría demostrarse la existencia de semejante cosa. En el fondo, todos los criterios responden a una cierta estética de razonamiento. Y es, por ese limitado entorno de lo verosímil, por esas suturas automáticas a las que recurre la razón, lo que hace que la verdad quede siempre fuera de nuestro alcance.

Previo a la publicación de Crímenes imperceptibles en 2003, Guillermo Martínez ya contaba con dos novelas y un antecedente para nada menor: ser el segundo autor argentino – después de Borges – en formar parte de la prestigiosa revista The New Yorker, con su cuento Infierno grande (relato que, a su vez, da nombre a su primera antología). Pero fue esta novela la que terminó de consagrarlo, ya que el rotundo éxito que tuvo significó su traducción a más de 35 de idiomas. Un argumento más como para que vayan corriendo a buscarla a la librería.

Alex de la Iglesia (centro) junto al gran elenco de "Los crímenes de Oxford".
Y en 2008, llegó a la pantalla grande de la mano del genial Alex de la Iglesia. Si bien podría decirse que toda película basada en un libro no es más que la simplificación del mismo, también es verdad que uno podía esperar mucho más tratándose de la calidad del director de El día de la bestia, La comunidad, 800 balas, entre otros éxitos.

En el film, Oxford se muestra mucho más hostil para el protagonista de lo que se describe en la trama original; las personalidades de algunos personajes también difieren bastante, y hasta se le intenta dar un tinte más pasional a la historia. Adaptaciones que, al fin y al cabo, pueden gustar más o menos; un terreno demasiado personal. De todos modos, y a pesar de lo dicho, la versión cinematográfica puede considerársela “aceptable”.

En resumen, Crímenes imperceptibles tiene factores que logran darle un gran valor agregado como producto en sí mismo: es una novela breve, dinámica, que se devora en sólo horas; con esa dosis de análisis justa y necesaria - indispensable para un policial -, pero que también deja lugar para la reflexión a través de un interesante abordaje filosófico que permite un análisis desde otra perspectiva. Por eso es aconsejable su lectura (y varias, para contemplarla en plenitud).