lunes, 1 de octubre de 2018

Entre desigualdades y otras condenas: el mundo que nadie quiere dar vuelta

Publicado en 1998 por el célebre escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, bajo el sello editorial Siglo Veintiuno, el libro “Patas arriba: la escuela del mundo del revés” ensaya una profunda denuncia contra las políticas hegemónicas que moldearon sociedades apabulladas por la marginalidad, la desigualdad y la miseria.

Ante la enorme confusión e injusticia que advierte, particularmente en América Latina, el pensador de la Banda Oriental propone, en una primera instancia, un juego claro y sencillo: poner las cosas y a cada cual en su lugar. Así es que enumera de forma puntillosa toda acción, mérito e intervención de la política y su conjunto, para mostrar los verdaderos rostros responsables de un mundo tan enfermo y confundido.

A través de ese revisionismo histórico, el autor de “Las venas abiertas de América Latina” y “Los hijos de los días” sienta entonces sobre el banquillo de los acusados a Gran Bretaña, China, Rusia, y a otros monstruos del imperialismo que, a lo largo de las décadas, ostentaron poder pero no inteligencia como para evitar hundirse en las aguas silenciosas que arrastran el deterioro y el retroceso social.

Pero, claro está, la denuncia más fuerte se posiciona contra Estados Unidos. Entre los delitos que le imputa el periodista, lo acusa de ser partícipe necesario y tener injerencia directa en la instrucción y preparación de los dictadores que después firmarían con total impunidad los capítulos de la historia más cruentos y oscuros para Argentina, Chile, Paraguay, Bolivia, Brasil y Uruguay.

O también de haber constituido gobiernos latinoamericanos “dóciles”, dispuestos a rifar el futuro de naciones, a someterse a intercambios económicos ruinosos, a condenar estilos de vida a la servidumbre, o a cualquier otro antojo que bajara desde el sillón principal de la Casa Blanca.

El libro de Galeano, en definitiva, no sólo brinda una formidable descripción de las políticas que someten a millones y a sus países y que alimentan el enriquecimiento de unos pocos y de sus depósitos en Suiza, sino que subyace en la construcción de un relato de voluntades, que desenmascara un esquema de poder que perpetúa la “tradición del equívoco”.

La escuela que funda el escritor uruguayo cuenta con un vasto programa educativo que, en algunos tramos, hasta resulta dolorosamente didáctico y pedagógico. Sin embargo, la institución también carece de respuestas para algunas preguntas casi ineludibles.

Cómo puede ser que la mitad de los niños y adolescentes de América Latina, que suman casi la mitad de la población total, vivan en la miseria absoluta. Cómo puede ser que haya tanta miseria y tanto dinero, que ni la riqueza sepa qué hacer consigo misma. Cómo puede ser la política tan miserable y nefasta.

Y quizás Galeano, con su humilde palabra y reflexión, también se ve limitado a encontrar la cura para semejante tragedia cotidiana, pero al menos brinda un diagnóstico certero sobre esos otros padecimientos crónicos, como el machismo y el racismo, que penetran en las sociedades del mundo, desde los tiempos más remotos y primitivos.

Con la ironía y el humor implacable que siempre lo distinguió, el periodista muestra una vez más en “Patas arriba: la escuela del mundo del revés” su lucidez, y todo lo hábil y sutil que puede resultar su prosa; es una pluma que puede engañar por la sencillez y discreción, pero que siempre resulta tan punzante e hiriente como un puñal.

Las acusaciones de Eduardo Galeano no caen en lugares comunes ni se dirigen únicamente hacia la dirigencia política: también sitúan la mirada crítica sobre la dirigencia cultural. Augusto Comte, José Ingenieros, Herbert Spencer, Arnold Toynbee y hasta Jorge Luis Borges, son algunos de los reconocidos intelectuales que desfilan en una catarata de repudios, por configurar distinciones de raza, piel y género retrógradas para toda época.

Con la misma vara acusa a José Hernández y su Martín Fierro, el personaje que encarnó al gaucho pobre y perseguido, pero que opinaba que los negros y los indios eran ladrones, por mera condición étnica. “El indio es indio y no quiere apiar de su condición; ha nacido indio ladrón, y como indio ladrón muere”, reza, a modo de sentencia, uno de los versos citados por el escritor.

Y la paradoja que advierte el pensador uruguayo es tan curiosa como peligrosa: porque son muchas veces los ladrones los que terminan siendo los más robados por parte de Estados, que también están saqueados y que no tienen para mostrar más que la pálida cara de la ausencia y el abandono. Se abre así un círculo vicioso, en el que se condena al criminal, pero no a esa máquina que lo fabrica, y que nunca detiene sus engranajes.

Es que la ley, sostiene Galeano, es como una “telaraña”, que sí, que atrapa a las “moscas y otros insectos chiquitos”, pero que nunca le “corta el paso a los bichos más grandes”. Pero en la naturaleza, toda ley siempre tiende al equilibrio; en la ley del hombre, en cambio, el poder siempre tiene la costumbre de sentarse sobre uno de los platillos que desequilibran la balanza de la Justicia.

Cada una de estas consecuencias, sin embargo, son apenas una causa de la consecuencia mayor: el desprestigio y la crisis por la que atraviesa la democracia. La hegemonía del mercado, según se advierte en el relato, ya está haciendo “trizas” los tejidos sociales y hasta pone en jaque la figura del político, que se reduce cada vez más a los mandatos de las finanzas. Así, en tiempos de tanto desdén, la representatividad de este sistema se asemeja más a una abstracción que a un derecho legítimo.

Si hay algo que no le falta a Eduardo Galeano en este libro, son pruebas para demostrar que el mundo vive equivocado. Que el mundo vuela torcido y confundido. Pero cuidado: no hay que ser ilusos ni inocentes. Porque el problema que se descubre no es que todo el mundo está “patas arriba”: la tragedia es que no existe nadie con voluntad para darlo vuelta.

*Trabajo realizado para la materia "Análisis de la Actualidad", dictada por el profesor Walter Medina, en DeporTEA Mar del Plata. Humilde mirada sobre un librazo del maestro Eduardo Galeano.